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«Sólo sé que no sé nada»

«Sólo sé que no sé nada»

«Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de funda­mento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verda­deramente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis du­das. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y dese­chemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguar­dar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a consi­derar como sabido lo que no hemos pensado a fondo noso­tros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las pregun­tas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse». O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas ver­daderas, debe dejar claro por qué no le convencen las res­puestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que na­die discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que esta­blecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conoce­mos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe sa­ber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función ne­gativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.

Las Preguntas de la Vida (Barcelona, Ariel, 1999)

Fernando Savater

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