El silencio no existe
Aqui dejo unos fragmentos del libro los renglones torcidos de dios de Torcuato Luca de Tena.
¿Le agrada el silencio?
—El silencio no existe, doctor.
—Anoto que eso tiene usted que desarrollarlo después. ¿Le agrada la
soledad?
—A veces la busco y la necesito. Pero con limitaciones. ¡Soy humana y como humana un animal social! Mis incursiones en la soledad son esporádicas... pero si persistieran contra mi voluntad, estaría dispuesta a echarme en brazos del primer ser viviente con quien me topara... ¡y traicionar todos mis prejuicios puritanos!—Ha dicho usted el primer ser viviente. ¿Aunque fuese una mujer? —¡Ay, doctor! Recuerde usted las palabras de ValleInclán, puestas en boca del marqués de Bradomín: "Hay sólo dos cosas que no entiendo: el amor de los efebos y la música de Wagner." Cámbieme usted a
Wagner (al que adoro) por Mahler (al que no entiendo) y a los efebos por las ninfas: y mi respuesta sería igual.—Carezco de esas inclinaciones, aunque me siento profundamente impresionada y atraída por la personalidad de algunas mujeres cuando reúnen al completo las cualidades esenciales de la feminidad.
¿Qué cualidades son esas que más admira usted en la mujer?
—La abnegación, la delicadeza, la intuición y el buen gusto.
—¿Y la belleza?
—¡Ah, doctor! Por supuesto que sí. También admiro la belleza en la mujer, sobre todo cuando su exterior es como un reflejo de su interioridad...
{...}
—Me dijo usted antes, señora de Almenara, que el silencio no existía... ¡He aquí un tema que me gustaría escucharle!
—¿Me va usted a tolerar seguir parloteando, doctor?
—La voy a provocar a seguir hablando.
—Pero, doctor, me avergüenza el concepto que va usted a formarse dé mí. ¡Yo nunca he sido charlatana!
—¿Y si le dijera que además de conocerla clínicamente me interesa conocerla intelectualmente?
—¡Me sentiría muy pedante, doctor Arellano! Me gusta tener cierto sentido de la medida.
—Expláyese mejor. ¿Por qué afirmó antes que el silencio no existía?
—Por puro sentido de la observación, doctor.
—Explíqueme eso con cierto detalle.
—Muchos afirman —comenzó Alice Gould con aire distraído y distante— que el hombre ha matado el silencio. Es muy injusto decir eso, porque el silencio ¡no existe! A veces huimos de la gran ciudad para escapar del bullicio, pero no hacemos sino trocar unos ruidos por otros. Cuando se acercan las vacaciones, deseamos conscientemente cambiar de ocupación: la máquina de calcular, por la bicicleta; o la de escribir, por el arpón submarino. También de un modo consciente deseamos cambiar de paisaje: la ventana del inquilino de enfrente por la montaña, el campo o la playa. Pero de una manera inconsciente, lo que anhelamos, sin saberlo, es cambiar de ruidos: el bocinazo, el frenazo, el chirriar de las máquinas, las radios del vecino, por otros menos desapacibles, como el rumor del viento entre los pinos o la honda y angustiada respiración del mar.—¿Considera usted al mar como un ser vivo?—¡Naturalmente, doctor! La tierra no es un planeta muerto. Y el mar ocupa las tres quintas partes de la tierra... o... o algo parecido. Y además se muere y hace ruido. ¡Todo lo que vive lleva el sonido consigo!
—Me sorprendió usted, señora de Almenara, desde que entró por esa puerta; sería injusto negarle que mi sorpresa va de aumento en aumento. No obstante, sigo creyendo que la total soledad se aproxima mucho al silencio.
—No, doctor. No hay bosque, por oculto y lejano que se halle, por tranquilo que esté el aire que lo envuelve, que no tenga su propio idioma sonoro. ¿Usted no ha oído hablar a los árboles? ¡Todo el mundo los ha oído hablar! No se sabe bien qué es lo que se escucha, qué es lo que suena. No hay arroyos en las proximidades, no hay pájaros, no hay insectos, y las copas están quietas. Con esto y con todo, hay un palpito indefinible, indescifrable. Se dice entonces que se oye el silencio. Es una manera de decir porque lo cierto es que "algo" se oye... mientras que el silencio es inaudible.
—No se interrumpa, señora. Estoy embobado escuchándola. Animada y halagada por la admiración que despertaba en el doctor, Alice Gould prosiguió:
—He aquí una palabra, "silencio", que el hombre ha inventado para expresar una realidad que no ha experimentado jamás, para describir lo que nunca ha conocido: porque todo en él y alrededor de él es un cúmulo de mínimos estruendos. Y la voz que sonó una vez no se pierde para siempre. La vibración de la onda sonora se expande y aleja, pero permanece eternamente. Esta conversación que estamos teniendo, doctor, existirá en el futuro en algún lugar lejano.
—¿Quiere usted decir que toda palabra es eterna?
—Es una simpleza lo que digo. No hay nada de original en ello, puesto que está probado. La curiosidad insaciable del hombre creó grandes ojos (los telescopios) para ver más allá de lo que la vista alcanza. Ahora ha creado grandes orejas (los radiotelescopios) para captar los ruidos del Universo. Y he leído que aún se oye el sordo clamor de la primera explosión: la que fue origen de la creación del mundo y de la fuga de las galaxias. ¡Antes de esto, sí existía el silencio!
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